Reflexiones sobre educación y verdad desde la perspectiva de Michel Foucault

Reflexiones sobre educación y verdad desde la perspectiva de Michel Foucault
Patricia Carabelli Mari[1]
pat.carabelli@gmail.com

La obra de Michel Foucault (1926-1985) ha resultado de inmenso valor dentro de la filosofía del conocimiento al ahondar en concepciones vinculadas al saber, el poder y el sujeto.  En ellas, nociones en torno al concepto de verdad son abordadas y complejizadas puesto que resulta inherente a las tres concepciones de interés para el filósofo; el saber, el poder y el sujeto serán determinados por supuestos vinculados a la verdad. Objetivación y subjetivación, dominación y libertad, dependerán de relaciones en torno a la verdad.
En  “El orden del discurso” (1970) Foucault logra plasmar una concepción de la verdad vinculada al orden del lenguaje; al lenguaje como simbólico que actúa sobre la realidad determinándola ya que “el discurso está en el orden de las leyes” (Foucault, 1970: 13) y conforma prácticas que conforman los objetos a los que se refiere.  Foucault (1970) plantea que los sujetos buscan poseer, adueñarse, de los discursos - tornándose éstos objeto de deseo[2] - ya que dotan de poder al establecer criterios de verdad.  Según este autor, los criterios de verdad aparecen revestidos de procedimientos de exclusión instaurados coactivamente desde las instituciones. Para él,
la voluntad de verdad, como los otros sistemas de exclusión, se apoya en una base institucional: está a la vez reforzada y acompañada por una densa serie de prácticas como la pedagogía, el sistema de libros, la edición, las bibliotecas, las sociedades de sabios de antaño,  los laboratorios actuales [y es acompañada] por la forma que tiene el saber de ponerse en práctica en una sociedad, en la forma que es valorado, distribuido, repartido y en cierta forma atribuido.” (Foucault, 1970: 22)
 La educación en sí, los sistemas de educación, son “una forma política de mantener o de modificar la adecuación de los discursos, con los saberes y los poderes que implican.” (Foucault, 1970: 45)   Foucault nos plantea: “replantearnos nuestra voluntad de verdad; restituir al discurso su carácter de acontecimiento; borrar finalmente la soberanía del significante” (Foucault, 1970: 51); cuestionar teleologías y totalizaciones provenientes de discursos que se erigen como absolutos.  
Buscando ahondar en el análisis en torno a la construcción de subjetividades en las instituciones - entre las que destacamos las educativas - Foucault destaca una intención de uniformidad en los sujetos a partir de discursos y tecnologías instauradas que buscan formar un sujeto universal, un sujeto “normalizado”. Foucault no sólo cree que esto es una imposibilidad sino que se opone a tal tipo de discurso. Propone una doble acepción del sujeto vinculada tanto al sujetamiento de la subjetividad (assujettissement) en que el sujeto vive conforme a ciertas normas, regidos por “juegos epistémicos, normalizadores, bio-técnicos” (Díaz Marsá, 2006: 191), como de la “subjetivation” que refiere a ser sujeto de sí mismo, a reflexionar y optar críticamente. En “Une esthétique de l´existence” Foucault recalca que:
“es preciso distinguir.  En primer lugar, pienso efectivamente que no hay un sujeto soberano, fundador, una forma universal de sujeto que uno podría encontrar en todas partes.  Soy muy escéptico y muy hostil con esa concepción de sujeto.  Pienso por el contrario que el sujeto se constituye a través de prácticas de sujeción (assujettissement), o, de manera más autónoma, a través de prácticas de liberación, de libertad, como en la Antigüedad, a partir, entiéndase bien, de un cierto número de reglas, estilos, convenciones que uno encuentra dentro del medio cultural” (Díaz Marsá, 2006: 190,191)
  Buscando ahondar en la concepción de verdad reinante en la modernidad y en cómo a partir de ella se conforman discursos que rigen la vida de los sujetos, Foucault intenta trazar una posible genealogía desde la época griega.  A partir del curso impartido en el Collège de France en 1981- 1982 que se publica con el título de “La hermenéutica del sujeto”Foucault rescata la importancia de la verdad para los sujetos ya que de ella dependerá “una lógica estratégica de acción” (Díaz Marsá, 2006: 189) que permita una subjetivación de los sujetos.  Retoma la importancia de llevar una vida vinculada al cuidado de sí (epimeleia heautou) y regida por una ética de la verdad vinculándola al acto de la parrhesía griega como forma de acontecimiento disruptivo dentro de discursos totalizadores instaurados que intentan excluir su crítica e imponerse.
En el período grecorromano la epimeleia heautou (inquietud de sí) y el gnothi seautou (conocimiento de sí) estaban ligadas a una ética de la verdad que promovía el acceso a una forma de vida - individual y colectiva - superior. El maestro - en tanto parrhesiastés - era quien guiaría al alumno en este proceso de transformación paulatina en sujeto de veredicción;  en esta askesis, en el  ejercicio de sí sobre sí mismo que permitiría al sujeto, y a la sociedad en su conjunto, acceder a una forma superior del Bien.
Según Foucault (1981/82: 28) la epimeleia heautou es una actitud ante la vida, con uno, los otros y el mundo; es “una manera determinada de considerar las cosas, de estar en el mundo, realizar acciones, tener relaciones con el prójimo”  y conlleva no sólo observación, el volver la mirada a sí y a los otros para analizar críticamente lo que ocurre en el entorno y en el pensamiento, sino también accionar en concordancia con lo que se analiza. La epimeleia heautou implica conjunción entre lo que se dice, se piensa y se hace;  poner en práctica aquello que se analiza, buscando modificar y modificarse.  Sólo mediante un ejercicio y esfuerzo permanente como fortalecimiento del alma sujeto en tanto búsqueda incesante de veredicción;  mediante una conjunción entre el decir, practicar y la verdad, podría el sujeto - los sujetos - encaminarse por un camino riguroso, pero a la vez desconocido y nuevo, que permitiría una conversión de sí y una subjetivación vinculado a condiciones de espiritualidad que permitirían acercarse a la verdad. “El cuidado de sí no es un “descubrimiento” de quien es uno, sino una invención a partir de lo que uno puede ser, (…) en tanto hacedor de su propia vida” (Cabrera, 2003: 36).  Este movimiento de ascensión del sujeto, que implicaba un trabajo de sí sobre sí mismo, se tornaba una tekhné tou biou, un arte de vivir ligado a una ética de la verdad, a una ética de la palabra;  a la parrhesía.
La parrhesía estaba ligada a  “...una nueva ética [...] de la relación verbal con el Otro” (Foucault, 2001: 167y sólo puede ser encontrada en el período grecorromano, donde el parrhesiastés era considerado fundamental para acceder a una mejor forma de sociedad vinculada a la epimeleia heautou y gnothi seauton;  al cuidado de sí y de los otros; al gobierno de sí y de los otros.
Etimológicamente, “parresiazesthai” significa “decir todo” (...) Aquel que usa la parrhesía, el parrhesiastés, es alguien que dice todo cuanto tiene en mente: no oculta nada, sino que abre su corazón y su alma por completo a otras personas a través de su discurso.” (Foucault, 2004: 36, 37) 
Uno de los pilares del pensamiento moral y político del período grecorromano era la parrhesía ya que el parrhesiastés, que viviría según criterios de veracidad, en que hay una coincidencia entre creencia y verdad, sería quien permitiría elevar hacia modos mejores de vida a la sociedad.  Si bien cualquiera podía intentar realizar prácticas relacionadas con el decir verdadero, no cualquiera ejercía la parrhesía o era un parrhesiastés  ya que implicaba un modo de vida que coincidieran con una actitud volcada hacia el camino de la epimeleia heautou y el gnothi seautou. Por eso, el parrhesiastés no hablaría ni para adular al otro, ni para herirlo, ni utilizaría un discurso bello y mediado por técnicas discursivas de la retórica - su gran opositora - ni diría todo lo que pasase por su mente, parloteando libremente; el parrhesiastés daría su opinión buscando interpelar al discurso o la acción de otro, de la forma más clara y directa posible, en el momento que creía propicio y que pudiera enriquecer positivamente a quien le escuchaba.
La epimeleia heautou, el gnothi seauton y la parrhesía estaban vinculadas a la educación. Iban conformando un arte de vivir, un “desplazamiento del sujeto hacia sí mismo y retorno de sí a sí” (Foucault, 1981-82: 243) que exigía esfuerzo, crítica, gobierno de sí, ejercicio, transformación, y para ello, se debía necesariamente pasar por otro, por un  maestro. Pero no por cualquier maestro sino un maestro parrhesiastés, un maestro generoso que educara en y por la verdad.  Un maestro con la actitud moral, ethos, y el procedimiento técnico, la tekhné, “para transmitir el discurso de verdad a quien lo necesita para su autoconstitución como sujeto de soberanía sobre sí mismo y sujeto de veridicción de sí para sí” (Foucault, 1981- 82: 354).  Éste intentaría transmitir determinadas prácticas que permitirían constituirse como sujeto de veredicción: “...una técnica y una ética del silencio, una técnica y una ética de la escucha, una técnica...y una ética de la lectura y escritura;” (Foucault, 1981-82: 354) y una lucha contra la adulación y la retórica intentando que el enseñado logre ser crítico de sí mismo, con los otros y de cada instancia a la que tenga que enfrentarse a lo largo de su vida.  Si el maestro ha sido un buen maestro en el arte de la parrhesía, los discípulos deberían convertirse ellos mismos en parrhesiastés procurando una relación armónica entre el discurso racional que usan y el estilo de vida que llevan.  Serían capaces de buscar incesantemente un equilibrio entre el bíos y el logos; y consecuentemente - al devenir parrhesiastés - los discípulos ejercerían la parrhesía entre sí y dentro de la sociedad. Conlleva entonces:
“...cierta franqueza de corazón que es la apertura de su propia alma, que él pone en comunicación con la de los demás, realizando con ello lo necesario para alcanzar su salvación pero incitando también a los otros a tener con él una actitud no de negativa, rechazo y censura, sino de eunoia (benevolencia), lo cual estimula a todos los elementos del grupo, todo los personajes del grupo, a procurar su propia salvación.” (Foucault, 1981-82: 374)                                                           
La verdad está vinculada a la emancipación; por tanto una educación que busca emancipar necesariamente deberá estar vinculada a una ética de la verdad.  Pero, ¿a qué refiere una educación para la emancipación en la actualidad? ¿Está vinculada a criterios de verdad? Educar para emancipar, educar en la autonomía, fomentar el pensamiento crítico; son expresiones que afortunadamente circulan en el ámbito educativo aún cuando tecnócratas se empeñan en hablar de “capacitación” - considerando a los sujetos qua objetos - o cuando se educa para ser parte del orden mundial preestablecido.  En un mundo que ha sucumbido ante el fetichismo de la mercancía hay aún lugar para el sujeto - para los sujetos - y para la reflexión emancipatoria.  La educación de por sí es un acto complejo; cuanto más educar para una emancipación en el mundo alienante del que somos parte.  En el mundo platónico se analizaba cómo intentar llevar una vida regida por una ética de la verdad en que el sujeto iría accediendo al conocimiento por medio de un trabajo que le permitiría modificarse, modificar su entorno y a los otros, y así, subjetivarse.      Sin lugar a dudas la reflexión concienzuda debe ser parte de nuestras praxis cotidianas, pero ello implica un esfuerzo diario y concienzudo, una reflexión de cada acción, de cada pensamiento, pensando en uno mismo y en los otros, pensando en formas de producir sentido más humanos.
 Un buen maestro es aquel que se abre de corazón e intenta enseñar desde la verdad,  mostrando y analizando las cosas buenas y malas de la humanidad,  brindando la posibilidad de cuestionar y de ser cuestionado, de poder pensar y actuar más allá de lo que imponen las ideologías dominantes; buscando nuevas formas de sociedades comprometidas con todos sus miembros, más justas, sociedades en que se logren acuerdos concienzudos en base a la historia, el diálogo y la confrontación de ideas.  La emancipación se torna así un horizonte utópico necesario y complejo pues exige de un constante reflexionar sobre la praxis para buscar nuevas sociedades, más democráticas, igualitarias y justas. Sociedades - al igual que en el período platónico - basadas en la inquietud y el conocimiento de sí.
Creemos que recuperar una ética de la verdad en la educación más allá de  los campos propios del conocimiento es primordial, recuperándose el camino subjetivo de la verdad como forma de constituir sujetos de veredicción con una inquietud de sí que les permita ocuparse de sí y de los otros; intentando cuestionar, dialogar, escuchar, ejercer y acatar, lo que se presenta como lo más justo e igualitario en una sociedad verdaderamente democrática.

Referencias bibliográficas
Cabrera, M. (2003): “El último Sócrates de Foucault”  En: Abraham, T. (2003): El último Foucault. Sudamericana. Bs. As. p.p.17-38.


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